viernes, 2 de marzo de 2018

Phantom Thread


★★★½


El hilo fantasma
USA: 2017, 130 min.
Clasificación: B
Director: Paul Thomas Anderson
Guión: Paul Thomas Anderson
Con: Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville.
Drama. Romance.


Roger Ebert (un crítico que no sólo evaluaba la calidad cinematográfica, sino emocional, intelectual, e incluso filosófica de las películas) escribió sobre Fantastic Mr. Fox (2009, dir. Wes Anderson) lo siguiente:
A good story for children should suggest a hidden dimension, and that dimension of course is the lifetime still ahead of them.
Creo que es una idea que aplica perfectamente a todo tipo de obras, no únicamente las infantiles. El arte nos cautiva no sólo por lo que podemos entender y apreciar en el ahora, sino por los descubrimientos, las incógnitas, y los misterios con los que nos confronta, y nos hacen recordar lo mucho que aún ignoramos sobre la vida. Cualquier expresión artística es una forma de conectar con otra persona, pero en el fondo es una experiencia de comunión y reencuentro con toda la humanidad, que yace contenida en el microcosmos de la obra creada por el artista.



Esto me lleva a Paul Thomas Anderson. El cineasta norteamericano es uno de mis favoritos. Igual que con Terrence Malick, Ingmar Bergman, o Krzysztof Kieślowski, su filmografía (en particular las últimas tres There Will be Blood, The Master e Inherent Vice) siempre me ha costado trabajo, aunque, al mismo tiempo, me fascina. Da la impresión de que sus películas son más, que hay algo ahí escapándose de nuestro alcance. Los mundos que crea en pantalla parecen más complejos y vastos de lo que vemos a primera vista; sus personajes parecen esconder secretos y pasados que nunca llegaremos a conocer.

Phantom Thread, su más nuevo trabajo, es una obra de seducción. Cada encuadre, cada decorado, y cada vestuario es un festín visual. La película examina la vida de Reynolds Woodcock (el icónico Daniel Day-Lewis) --un modista británico de alta costura en los años cincuenta-- y su intensa relación con Alma (Vicky Krieps, recuerden ese nombre), su musa, modelo, amante (?). En principio podría parecer una historia de amor codependiente o una sátira del mundo de la moda, aunque, más bien, Anderson utiliza estos elementos para hacer una exploración detallada de la evolución de la seducción: no se trata del amor que comparten Reynolds y Alma (o su pasión por la moda), sino del proceso continuo que implica lograr la atención y atracción del otro, utilizando todos los recursos que sean necesarios.


Reynolds es un hombre que ama la rutina, la pose, y el control. Alma es una mujer libre, espontánea, genuina. Sus personalidades embonan, pero no combinan. La relación de ambos va mutando. Su dinámica de poder cambia constantemente. Tienen que aprender a romper sus vicios y costumbres; aunque signifique cambiarlos por otros nuevos. En medio de ambos está Cyril (Lesley Manville, excelsa), la hermana de Reynolds, quien administra la casa de moda, funge como ancla emocional, y ‘se encarga’ de las chicas de su hermano cuando resulta necesario. Cyril es la única constante de Reynolds; y para Alma representa a veces una enemiga, y otras, una aliada.

También están los vestidos de la Casa Woodcock (estos premios Oscar, me compadezco de cualquier diseñador de vestuario que no sea Mark Bridges): ocultando apariencias, realzando la belleza física, hechos a la medida para ensamblar únicamente con el cuerpo de una sóla persona. Una toma de medidas, una pasarela, o una sesión de fotos pueden alejar o acercar a la pareja de una forma íntima. Entre los pliegues de sus prendas, Reynolds oculta pequeños mensajes o secretos; fantasmas que mantienen su obra unida y reflejan más sobre quién es realmente este hombre que las muchas horas que pasa diseñando o cosiendo.


Lo más curioso de todo es que Anderson plantea Phantom Thread con si fuera un misterio de los años cincuenta (muchos críticos han mencionado ecos a Vértigo (1958) o Rebecca (1940) de Hitchcock). Sus escenas están llenas de ambigüedad y la sensación de que hay un terrible evento oculto en el pasado o acechando desde el futuro. De esta forma llama nuestra atención a pequeños detalles y acciones que parecerían inofensivas, pero están cargadas de intención y significado (cocinar una sopa, amigos, jamás fue tan tenso). Así nos prepara para aceptar las inesperadas vueltas de tuerca que da la atípica relación Reynolds-Alma. Su aliado principal para este efecto es la música casi vintage de Jonny Greenwood, que consigue ser simultáneamente suntuosa y amenazante.


Ya he escrito mucho y aún no he tocado el elemento más importante de sobre Phantom Thread: las tres interpretaciones principales. Daniel Day-Lewis ha anunciado que esta será su última película (espero que no lo sea). Su actuación final es magnética (parece casi hipnotizado cuando confecciona un vestido) e inesperadamente humorística, a pesar de ser bastante sutil. Reynolds Woodcock es igualmente carismático y despreciable, pero en ningún momento podemos cuestionar su genialidad. Vicky Krieps, por otra parte, empieza a penas su carrera y hace aquí una entrada triunfal: su Alma podría ser casi una víctima, pero le inyecta una tenacidad y perspicacia casi escondidas, que nos hacen dudar si es tan vulnerable como le ha hecho pensar a todos. Su éxito está en interpretar el papel con intensidad interior en vez de sobreactuar cada momento. Por último, Lesley Manville, como Cyril, es un ejemplo de control y economía interpretativa. Su mirada dice más que mil palabras. Hay un aire de ambigüedad en ella: es a la vez cortés, dominante, fría, y cariñosa; todas sus acciones parecen indicar que esconde secretos importantes y que sólo ella entiende lo que está ocurriendo, pero es incapaz de cambiarlo.


Hay demasiado que analizar y apreciar acerca de Phantom Thread. No es una película sencilla. Definitivamente no es muy ágil, o clara en un sentido tradicional hollywoodense. Sin embargo es visual y auditivamente preciosa, está interpretada a la perfección, plantea preguntas diversas e invita a lecturas distintas, no sólo de sí misma, sino de la vida en sí. Su cualidad enigmática nos invita-- no, nos seduce a pensar en ella mucho después de los créditos finales.

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