martes, 4 de diciembre de 2018

Guerra Fría


★★★ ½

Zima wojna
Polonia: 2018, 88 min.
Clasificación: B15
Director: Pawel Pawlikowski
Guión: Pawel Pawlikowski, Janusz Glowacki
Con: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc
Drama. Romance. Extranjera.




Guerra Fría es el romance más gélido que he visto una película. Es como ver un álbum de fotos viejas que rescata sólo algunas de las miradas, espacios y tragedias de dos enamorados a quienes nunca conocimos. A veces lo que no está pantalla parece hasta más importante que lo que sí vemos, sin embargo, el poder de las imágenes y la intensidad de sus protagonistas nos invitan a llenar los años en blanco y crear una épica gigante a través de estas viñetas tan privadas. El resultado es a la vez impersonal e íntimo; vago y específico; pasional y frío. Recuerdos ya muertos de gente que alguna vez desbordó vida. No sé si me gusta, aunque no había otra forma de contar esta historia. 

Ambientada en Polonia (y luego Berlín, Yugoslavia y París) después de la Segunda Guerra Mundial, el filme sigue al músico Wiktor (Tomasz Kot, excelente) y la cantante Zula (Joanna Kulig, una estrella) por veinte años, en medio del ascenso del comunismo y otros cambios sociopolíticos. Se conocen primero en un show que lleva la música polaca del campo a ciudades importantes. Luego, se reencuentran en París después de que él se exilia y ella continúa su carrera artística. Constantemente se separan, sólo para volver a juntarse algunos años más tarde, a veces para hacerse bien y otras no tanto. 



El guionista y director Pawel Pawlikowski está más interesado en evocar una época que en narrar: su diseño es excelente, sus composiciones son precisas, y el contrastado blanco y negro de su fotógrafo Lukasz Zal es glorioso. El estilo es igual de alienante que el que usó en Ida (aún se me hace sobrevalorada, perdón) pero en esta ocasión se siente coherente a la historia. Y el control que demuestra sobre cada segundo es innegable. Por esta película ganó el premio a dirección en Cannes y es difícil argumentar en su contra.

Todavía más aplausos se merece, en mi opinión, Joanna Kulig: llena de vitalidad, energía y rebelión; ya sea cantando (qué voz tan preciosa), bailando, feliz, molesta, ebria, o enamorada; sus escenas son las que iluminan el filme. De ahí en fuera, sólo los momentos musicales le dan cierta vida al asunto. Por diseño, el resto de la película es fría y distante, como el mundo de sus personajes. No hay amor que pueda nacer y sobrevivir en este contexto. Intelectualmente el ejercicio es impresionante, pero quizás el resultado sea demasiado trágico para mi gusto. O quizás sea admirable. Creo que me inclino más por lo segundo.




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